#UltimaHora

Sueños de Borges

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Soñé que mi vida (toda ella, como si ya la hubiera completado) podía ser vista a golpe de ojo como una figura más o menos geométrica, un garabato discernible que no sólo correspondía a mi derrotero físico a lo largo de equis años de vida, sino a mi naturaleza entera, como si mi biografía y su infinitud de sinuosidades pudiera reducirse a un trazo, a una pieza enloquecida —porque toda vida lo es, incluso la más aparentemente plana o aburrida—, pero no tanto que no pudiera encajar, limpiamente, con otras piezas o vidas que, juntas, conformaban la economía del universo, el rompecabezas del cosmos.

Al despertar, sentí una combinación de vértigo y culpa, aquél por tener la capacidad de ver un destino desde una panorámica formal, y ésta por sentirme un poco Dios, pues sólo una mente divina puede captar, intuitivamente, la forma de una vida como nosotros vemos un triángulo. Después del vértigo y la culpa vino la explicación: me había dormido leyendo un comentario de Borges a la obra de Leon Bloy, y ese texto incluye una nota al pie de página que yo exhumé en mi sueño como una realidad.

No es la primera vez que una nota al pie de página asciende, en la noche, al escenario de mis sueños, como si esa realidad marginal, esa cláusula o apunte de segundo orden, se correspondiera con la realidad marginal de los sueños, identificación que convertiría a los sueños en las notas al pie de nuestra vida diurna, misteriosos anexos de la vigilia. He soñado con notas al pie de David Foster Wallace (tan generosas que requieren de sus propias notas al pie, taladrando un fascinante subgénero) y de Salvador Elizondo (el sueño era una pura corriente turbulenta), pero sobre todo de Borges, amo y maestro del aparte, del paréntesis elocuente y del asterisco abismal. En una nota al pie de Borges hay un catálogo de sirenas que merecería la hospitalidad de un libro entero, y dos renglones de ese llamado me llevaron a soñar en un grupo de sirenas suicidas, totalmente desconcertadas porque su hechizo no estaba haciendo efecto en alguien que podía ser o no ser Orfeo. En una nota de “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius”, Borges cuenta inolvidablemente una suposición de Bertrand Russell: Que nuestro planeta ha sido creado hace apenas unos minutos, y que viene provisto con una humanidad que recuerda un pasado ilusorio (Steiner especula que nuestros recuerdos pueden haber sido grabados en el córtex cerebral unos instantes después de nacer), lo cual me llevó a soñar que mis ojos construían lo que veían, y que no existía la realidad sino lo que encuadraba mi mirada. El otro sueño que recuerdo, inspirado en una nota al pie de Borges, es por supuesto una pesadilla, y difícil de describir: la pesadilla consiste en que no puedo contar catorce, no puedo explicarle a alguien el número catorce, no puedo concebir dos veces siete, o trece más uno: algo sucede que pierdo la cuenta, me desespero, enloquezco un poco, me mareo, divago, pero simplemente no puedo contar catorce. De hecho, intento abrir catorce puertas en la pesadilla, pero nunca termino. Porque catorce simboliza el infinito, dice Borges por ahí.

source https://www.razon.com.mx/opinion/columnas/julio-trujillo/suenos-borges-586410

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